Una vida, una prueba.
¿Es posible pensar en la vida como si fuera una prueba? ¿Un proceso que podría revelar si somos dignos de una relación eterna con Dios? A primera vista, no resulta sencillo percibir la vida de esta manera. Sin embargo, si reflexionamos con mayor profundidad, podríamos llegar a considerarla como un crisol donde se manifiesta nuestra verdadera naturaleza. En ese sentido, ¿no actuaría la vida como un espacio donde nuestra fe, amor, devoción y lealtad se ponen a prueba de manera constante?
La Biblia presenta una imagen interesante: el campo donde el trigo y la cizaña crecen juntos (Mateo 13:24-30). Esta idea podría sugerir que, al final de los tiempos, nuestras decisiones y acciones serán lo que determine nuestro destino eterno. Si tomamos esto en cuenta, podría decirse que la vida, en cierto modo, se asemeja a una prueba que debemos atravesar.
Esta posible prueba tiene una particularidad: nos reta a amar y servir a un Dios que no podemos ver con nuestros ojos físicos. Nos guiamos por lo que revela su Palabra, por lo que experimentamos en una relación personal con Él y por los testimonios de otros creyentes. Este escenario puede parecer desafiante y, en ocasiones, generar dudas. Pero si lo analizamos detenidamente, podría decirse que las dudas no invalidan la prueba, sino que la perfeccionan, porque es en el acto de elegir confiar, aun en la incertidumbre, donde la fe verdadera podría manifestarse.
Entonces, ¿por qué Dios no se muestra de forma irrefutable y constante? Si la vida fuera una prueba, podría considerarse que su presencia visible anularía nuestra libertad para decidir. Si siempre supiéramos que estamos siendo observados por una figura tangible, viviríamos condicionados, y la oportunidad de demostrar nuestro carácter o nuestra fe en momentos de aparente soledad desaparecería
Esto lleva a otro cuestionamiento: si Dios estuviera visiblemente presente todo el tiempo, ¿seguiría existiendo libertad? Su presencia podría ser tan abrumadora que nuestras elecciones se verían más forzadas por obligación que motivadas por un amor genuino. Si la vida fuera una prueba, este escenario podría restarle sentido, porque actuaría más como una obligación que como una decisión libre.
Pero, ¿y si Dios decidiera manifestarse de manera visible? En un inicio, sin duda, la humanidad podría caer rendida ante su presencia. No obstante, con el tiempo, fieles a nuestra naturaleza, podríamos acostumbrarnos y encontrar razones para dudar o ignorarlo. De hecho esto ya sucedió, Dios ya se manifestó en este mundo en la persona de Jesucristo. Y a pesar de los milagros, enseñanzas y demostraciones tangibles de lo divino, muchos eligieron no creer. ¿Podría esto sugerir que la incredulidad no se da a falta de evidencia, sino por una disposición del corazón humano?
Jesús mismo expresó: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29). Si la vida se considerara como una prueba, aquí podría estar la esencia: confiar, amar y obedecer a Dios sin necesidad de verlo. La verdadera fe, quizás, surge cuando decidimos actuar con integridad y amor, aun cuando sentimos que nadie nos observa.
De esta manera, la vida podría concebirse como una prueba constante de nuestra libertad y de nuestra fe. Cada acción, pensamiento y decisión podría reflejar si amamos realmente a Dios o si, por el contrario, vivimos para nosotros mismos, porque, ¿puede alguien que ama a Dios vivir como si no lo amara?
El trigo y la cizaña, según la parábola, continúan creciendo juntos, y podría llegar un momento en el que todo quedará al descubierto. Si pensamos en la vida como una prueba, ese día de la cosecha podría ser el instante en el que se revele quiénes superaron la prueba y quiénes la desaprovecharon.
Porque si en esta vida no mostramos interés por conocer a Dios, amarlo o vivir cerca de Él, ¿podría tener sentido desear pasar la eternidad junto a Él? Si consideramos esta vida como una prueba, podría ser el momento para demostrar que nuestra fe es genuina, que nuestro amor es auténtico y que nuestras acciones reflejan un anhelo sincero de estar con Dios, ahora y para siempre.
Y nosotros sabemos que la salvación no se obtiene por nuestros propios méritos o buenas obras, sino por la gracia de Dios y mediante la fe en Jesucristo (Efesios 2:8-9), sabemos que no hay nada que podamos hacer para alcanzarla, pero esto también plantea una reflexión desafiante e hipotética: si la vida realmente fuera una prueba que dependiera de nuestro esfuerzo, ¿que estaríamos haciendo de nuestra parte para superarla?
Me llegó al cora esta reflexión. Quiénes somos cuando nadie nos ve? Cómo nos vinculamos con Dios y con nuestra fe mientras transcurre la vida?
ResponderEliminarGracias por compartir.