El Cristianismo y la Felicidad..
Resulta
difícil escribir animando a la felicidad, porque de hecho es algo muy
desafiante, ya que no es nada fácil ser feliz en esta vida..
No son
pocos los que abandonan hoy en día la fe porque, en el fondo, nunca han experimentado
que Dios podía ser para ellos fuente de vida y de alegría. Al contrario,
siempre han sentido la religión como un estorbo para vivir, una molestia, un
lastre del cual han decidió ir librándose. Llevan una vida tan disociada de
Dios que quizás lo poco que lo une a Él es ir a la iglesia los domingos y aún
así buscan anhelantes una excusa que los libre de tal tragedia. En ellos va
quedando poco a poco el recuerdo de un
cristianismo que nada tiene que ver con la felicidad que buscan en el fondo de
su ser..
Un pensador
escribió hace un tiempo que “La razón primordial de que las iglesias se vacíen
parece residir en que los cristianos estamos perdiendo la capacidad de
presentar el evangelio como una buena noticia” Y esto es llamativo ya que
Ev-Angelio significa eso mismo: “Buena (Ev) Noticia (Angelio)” y todos sabemos
que felices nos ponemos cuando recibimos buenas noticias, pero uno puede
preguntarse: ¿Quién querrá escuchar un mensaje que ya no se presenta como una
noticia alentadora, como la fantástica y feliz verdad de que Dios existe y se
interesa por nosotros, sino que se anuncia como un mensaje trágico y
autoritario?
Otras
generaciones pasadas han sido esclavas de una fe cuya única esperanza residía
en “Ser salvos del infierno eterno”, por lo que vivían miserias e injusticias y
las soportaban con sus cabezas bajas, todo sea por “ganarse el cielo”. Eso debe
acabar absolutamente, debemos comprender que, si Jesucristo es salvador, las
personas han de poder encontrar en él, no sólo una salvación futura, lejana y
desdibujada, sino también algo bueno para vivir ya y ahora..
Hay que saber además que el hombre
contemporáneo sólo se interesará por Dios si intuye que puede ser fuente de
felicidad. Y lo cierto es que puede, lo cierto es que Dios sana y salva Hoy..
Los
cristianos tendemos hoy en día a trabajar más las cuestiones negativas que las
positivas, hablamos mucho de la enfermedad y casi nada de la salud. La
felicidad ha desaparecido casi por completo del horizonte de la teología ya que
se tiende a pensar que la fe es algo que tiene que ver con la salvación después
de la muerte, pero no con la felicidad concreta de cada día, que es la que
ahora mismo interesa a las personas..
En nuestro
diario vivir dejamos a Dios fuera de nuestra felicidad, no es como solemos
pensar que suele sucedernos que sólo buscamos a Dios cuando nos va mal, sino al
contrario, lo que hacemos es darle activamente la espalda a Dios cuando nos
parece que todo marcha bien en nuestra vida, como si Dios no tendría lugar en
nuestra felicidad..
Jesús mismo
nos anima a vivir felices en sus enseñanzas, y para tratar el tema de la
felicidad nos vamos a basar principalmente en las bienaventuranzas (Mateo
5:3-12 / Lucas 6:20-23).
Jesús nos dice:
“Bienaventurados estos y aquellos porque t ata ta..” utilizando originalmente
la palabra “Makários” que se traduce comúnmente como “bienaventurados” y que
pude traducirse también como “Felices”..
Por
ejemplo, una paráfrasis correcta de la fría traducción: “Bienaventurados los
que lloran, porque ellos recibirán consolación.” podría ser: “Cuan felices
deben ponerse, porque son muy afortunados quienes son tan bendecidos por Dios y
lloran, porque ellos recibirán consolación.”
La idea de este
texto no es ofrecer un estudio exegético ni teológico sobre las
bienaventuranzas sino el reflexionar sobre ellas para poder realizar nuestra
búsqueda de la felicidad por caminos más acertados..
Todos buscamos felicidad:
El ser
humano anda siempre tras la felicidad. Si no la tiene, la busca; si cree
poseerla, trata de conservarla; si la pierde, se esfuerza por recuperarla. Y
cuando renuncia a una determinada felicidad, siempre lo hace buscando otra de
mayor interés..
San Agustín
escribe en sus Confesiones: “¿No es la felicidad lo que buscan todos los
hombres? ¿Hay uno solo que no la quiera? Pero, ¿Dónde la han conocido para
quererla así? ¿Dónde la han visto para quererla de esa manera? Si se pudiera
interrogar a la vez a todos los hombres y preguntarles si quieren ser felices,
todos responderían sin dudar que quieren serlo. El deseo de ser feliz no es
sólo mío o de un número reducido de personas: todos, absolutamente todos,
queremos ser felices. Unos piensan que encontrarán su felicidad de una manera,
otros de otra. Pero todos están de acuerdo en un punto: todos quieren ser
felices”.
Así que lo
primero que tenemos que saber es que: “Todos buscamos ser felices.” Jóvenes y
adultos, pobres y ricos, personajes famosos y gentes desconocidas, todos
andamos tras la felicidad. Este anhelo es una de las pocas cosas que tenemos en
común con todos los demás. No sabemos cómo alcanzar la felicidad ni dónde puede
estar, pero todos la buscamos. Debemos ser consientes de que andamos en esta
búsqueda para comprender mejor el rumbo que le damos a nuestras vidas..
E
igualmente nosotros ya sabemos que si buscamos dentro nuestro nos daremos
cuenta que de una u otra forma buscamos la felicidad, pero tal vez se nos
olvida a veces que es precisamente el evangelio la respuesta a ese anhelo
profundo de felicidad que habita nuestro corazón. Tal vez nos suceda esto
porque hemos desdibujado el evangelio. No acertamos a ver en Cristo como a
alguien que promete felicidad y conduce hacia ella. No terminamos de creernos
que las bienaventuranzas, antes que exigencia moral, son anuncio de felicidad..
Pensadores
como Nietzsche, Marx, Freud y demás creadores de la cultura actual han
sospechado, desde análisis diferentes, que la religión no busca la felicidad del
ser humano sino su desdicha. Esta sospecha se ha extendido de tal forma que hoy
son muchos los que piensan, a veces sin atreverse a decirlo en voz alta, y aún
dentro de las iglesias, que el cristianismo es un fastidio, un estorbo para
vivir la vida intensamente y con libertad. En el corazón de no pocos anida la
sospecha de que:”Sin Dios seríamos más felices”.
Los hombres
y mujeres de hoy seguirán alejándose de la fe mientras no descubran que Dios
sólo busca nuestra felicidad y que la busca desde ahora, desde hoy. Que sólo
Dios es salvador, y salvador de nuestra felicidad ahora y para siempre..
Jesús mismo
nos explicó que el significado de muchas de sus enseñanzas era nuestra
felicidad: “Jesús dijo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté
dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa»” (Jn 15:11).
Para este momento
quizá ya nos surgieron algunas preguntas:
- ¿Debemos los cristianos preocuparnos por ser felices?
- ¿No es lo importante “tomar la cruz” y sufrir como sufrió Cristo con exigencias y abnegaciones?
- ¿Ser cristiano, no es, en definitiva, renunciar a la felicidad y vivir esta vida peor que los demás en pos de una felicidad futura?
- ¿Es el evangelio una hermosa teoría sin repercusión alguna en nuestras vidas terrenas?
- ¿Pueden las bienaventuranzas aportar algo a quien se siente infeliz y desdichado?
- Es cierto que Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10:10). Pero ¿Significa esto algo real y concreto para nuestro vivir diario?
- O tal vez a alguien le haya surgido una pregunta un tanto más primordial..
Pero, ¿Qué es la felicidad?:
Todos
buscamos ser felices, pero lo sorprendente es que no sabemos dar una respuesta
clara cuando se nos pregunta en qué consiste la felicidad. De hecho, son muchas
las palabras que empleamos para nombrar o sugerir la felicidad: dicha, suerte,
fortuna, bienestar, paz, placer, ventura, bienaventuranza, satisfacción, compañía,
alegría de vivir, gozo, calidad de vida. Esto significa que, probablemente, la felicidad
puede ser confundida con muchas cosas que tienen algo que ver con ella, pero tal
vez, no son propiamente felicidad..
Podemos
hacer entonces dos observaciones sobre que es la felicidad..
En primer
lugar, la felicidad parece siempre algo muy subjetivo. No todos ponemos la
felicidad en lo mismo. El contento o descontento de los individuos depende de
factores muy diversos, y de gustos y necesidades muy variadas. Además, hay
personas que parecen ser felices con cualquier cosa, mientras otras no
disfrutan nunca con nada. Hay personas que saben saborear una “felicidad
barata” y otras no. Hay quienes con un pedazo de pan, una vaso de agua, un buen
libro y un paisaje puede vivir felices, y hay otros que no alcanzan el placer
en la vida sin su comida de MC Donald, su Coca-Cola Light su televisor LED de 60
pulgadas y su auto 0 Km..
La segunda
observación es que la felicidad parece estar casi siempre en “lo que nos falta”,
en algo que todavía no poseemos y que cuando lo poseamos no nos bastará. Un
enfermo sería feliz si pudiera recobrar la salud, para una persona sola y
olvidada la felicidad consistiría en encontrar un amigo o una amiga que supiera
escucharla, al que se encuentra metido en conflictos y tensiones le haría feliz
lograr la paz, quien está en la universidad será feliz al recibirse o quien
está desempleado será feliz sólo cuando consiga un trabajo..
Debido a
los avances tecnológicos y al simple hecho de que la industria de la medicina
es muy rentable, todo parece indicar que irá en aumento el promedio de vida de
las personas que posean los recursos económicos para acceder a ella. Esto en
primera impresión parece ser una buena noticia, pero más que eso es una
advertencia a aprender a vivir, porque de hecho una vida mal vivida es un
castigo y si como jóvenes, teniendo el viento a favor de la salud y la
fortaleza, no sabemos contentarnos, ¿Qué haremos cuando nos falte casi todo?
De esta
manera, la pregunta que podemos hacernos es sencilla. Si la felicidad parece
estar siempre en lo que nos falta, ¿Qué es realmente lo que nos falta? ¿Qué
necesitamos encontrar para ser felices? El llamado de Jesús y el mensaje de las
bienaventuranzas nos invita a buscar “eso que nos falta” para ser felices. Y no
es precisamente dinero, seguridad o placer. Las bienaventuranzas desenmascaran
ciertas experiencias de “felicidad”, que son parciales e insuficientes, y que,
incluso, pueden estar cerrándonos el camino hacia la verdadera felicidad que
proviene de Dios y que es la que anuncia y promete Jesús..
Entonces, ¿Es
posible ser feliz?:
Está claro
que nuestra vida en este mundo es bastante desdichada: hay conflictos,
confusión, malestar, nerviosismo, depresión, soledad, cansancio, miedos,
necesidades, aburrimiento, peligros, peleas, frustración, enfermedad, muerte y
demás. Sin embargo, en la vida de los hijos de Dios la felicidad es la regla,
no la excepción..
Si
proponemos a la tristeza como el antagónico de la felicidad, podríamos decir
que los cristianos debemos vivir siempre felices con licencia para estar
tristes sólo por breves lapsos justificados sólo por grandes desdichas. La
iglesia debe ser entonces una congregación de personas felices que tienen la
capacidad de acompañar en el momento del dolor a quien pase por alguna
tragedia..
Esto queda
claro en las bienaventuranzas donde el mismo Dios se compromete a rescatarnos
de toda situación que de alguna u otra manera nos aflija. La promesa de Dios es
la de una vida eterna donde ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor,
ni dolor (Apocalipsis 21:4 ) y de una vida terrena donde recibiremos consuelo ante
la muerte y el dolor que nos acontezca y donde nuestro clamor será oído..
Otra cosa
que pueda sucedernos es que tal vez algunos de nosotros no podemos vivir la
felicidad por el hecho de que “ya la tenemos”, aunque no acertamos a
experimentarla. Quizás la felicidad está ahí, en nosotros, en la vida misma,
pero yo no me entero. Tal vez, en el fondo de la vida hay una felicidad real,
desconocida, insospechada, que a mí se me está escapando porque ando ocupado en
otras cosas que me parecen más importantes, pero que no me dejan disfrutar de
verdadera felicidad. Mi mayor pecado puede ser entonces que estoy disfrutando
poco la vida..
Lo primero
que las bienaventuranzas nos anuncian es que se puede vivir la felicidad. Cuando
Jesús dice “Bienaventurados los que hacen misericordia” está diciendo que quien
tena misericordia de las personas que le rodean recibirá bendición y felicidad
de parte de Dios. Por lo tanto, a quien viva en misericordia para los demás
sólo le resta creerle a Jesucristo para llegar a ser feliz..
Las
bienaventuranzas nos revelan, además, un dato importante. La felicidad no es
algo fabricado por el hombre, no es in ideal humano, sino regalo de Dios para las
personas..
El ser
humano no puede alcanzar la felicidad con sus propios esfuerzos, esta búsqueda
le resulta frustrante e interminable. No puede fabricarse su propia dicha,
comprando todo lo que la televisión le ofrece, yendo al casino, tomándose las
vacaciones de su vida en un crucero o ganando una multitud de amigos por
conveniencia. Todo esto es superfluo y efímero y no alcanza..
La
felicidad de este mundo es imperfecta, aún cuando estamos viviendo buenos
momentos podemos llegar a encontrar en el fundo muy en el fondo de nuestras
almas la nostalgia de saber que todo terminará, que de una u otra manera en
esta vida las cosas malas y lamentablemente las buenas son más que pasajeras.
¿Cómo podemos entonces disfrutarlas?
Pero nuestra
felicidad está en saber que hay una felicidad que tiene su origen en Dios y que
nosotros podemos recibir, experimentar y disfrutar..
Si se analiza la estructura de las
bienaventuranzas, se observa que la felicidad de la que ahí se habla, no está
producida por los esfuerzos que hacen los pobres, ni de los que lloran, ni de
los no violentos, ni de los que tienen hambre y sed de justicia, ni de los
misericordiosos, ni de los limpios de corazón, ni los que trabajan por la paz.
No son ellos ni sus aptitudes los que generan la felicidad. La dicha sobreviene
en estas personas porque le tienen a Dios como Rey y Señor de sus vidas. Se les
proclama felices porque reciben su consuelo, son saciados por él, gozan de su
misericordia y su ternura, son felices porque son sus hijos..
La
felicidad verdadera sólo proviene de Dios..
Profundicemos
ahora en algunos caminos erróneos que nos llevan lejos de la felicidad..
La felicidad no depende del destino:
Para mucha
gente, la felicidad depende de la suerte, del destino o del azar. La felicidad
sería, en definitiva, algo que nos llega desde fuera cuando somos afortunados.
Es feliz, por ejemplo, alguien que nació en una familia rica y ya tiene
asegurado cierto bienestar económico, es feliz aquel hombre que tuvo la suerte
de conquistar a alguna bella mujer, es feliz aquel que alcanzó el éxito en los
negocios o simplemente alguien que se ganó el Quini 6..
Pensando
así ponemos la felicidad sólo en manos de aquellos suertudos bien acomodados
por el azar del Universo..
Sin
embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la
felicidad, ¿Tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí
mismo? ¿Tienen que cambiar los demás o tengo que cambiar yo? ¿Ha de mejorar el
mundo que me rodea o he de transformarlo yo? De la respuesta a esta sencilla
pregunta dependerá en buena parte mi forma de buscar felicidad.
Las
bienaventuranzas por su parte no hacen depender la felicidad de ningún suceso
venturoso ni de acontecimientos agradables que nos puedan suceder. La felicidad
brota del Dios revelado y regalado en Jesucristo. Lo que el evangelio hace es
invitarnos a cambiar, a transformar nuestra manera de pensar y de actuar. Para
decirlo en pocas palabras, las bienaventuranzas proclaman felices a aquellos
que están buscando la felicidad por el camino acertado, y les anuncian que se
van a encontrar con ella..
La felicidad no consiste en el bienestar:
Nosotros
hemos elaborado nuestras propias “bienaventuranzas”. Suenan más o menos así:”Dichosos
los que tienen dinero, felices los que se pueden comprar el último modelo de
celular apenas sale al mercado, bienaventurados los que tienen una casa propia,
grande, con gas natural, pileta, quincho y parrillero en el patio, felices los
que no se privan de comprar nada y no les falta ningún bien material, felices los
que disfrutan de todas las comodidades y placeres..”. Vemos que las bienaventuranzas
del evangelio ponen esta “felicidad” cabeza abajo.
Según
Jesús, estamos caminando justamente en dirección contraria. El camino acertado
es otro porque buscando vivir el pleno bienestar lo que lograremos es a lo sumo
eso, tener pleno bienestar, pero el bienestar es algo distinto a la felicidad. Esto
se evidencia cuando nos encontramos con personas que aparentan tenerlo todo y
sin embargo no son felices, aún con todo el bienestar se encuentran
insatisfechos, algo les sigue faltando..
El Apóstol
Pablo decía: “Yo he aprendido a estar contento cualquiera que sea mi situación.
Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido
el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia
como de sufrir necesidad. (Filipenses 4:11-12). Uno puede preguntarse entonces,
¿Cómo hacía Pablo? ¿Dónde está la felicidad que no decepciona? ¿Cuál es la
verdadera necesidad que hemos de satisfacer? ¿Qué es “eso” que buscamos y no
está en la mera satisfacción de nuestros deseos y comodidades?
La
felicidad que las bienaventuranzas prometen no consiste en una excitación
emocional o una sensación agradable producida por la satisfacción de unos
deseos inmediatos o el logro de un determinado bienestar. Lo que Jesús anuncia
es una “plenitud de vida”. Un estado de plenitud, de verdad, de paz, que puede
darse en esas personas porque en ellas reina Dios, tengan o no satisfechos sus
deseos inmediatos. La felicidad de la que hablan las bienaventuranzas no se
debe a una cosa, un objeto o un logro concreto. Es una felicidad que emerge en
la persona que vive abierta al amor, la verdad y la justicia del mismo Dios.
Podrá estar acompañada de experiencias más o menos gozosas, más o menos
agradables, provenientes de múltiples realidades, pero su fuerza brota
exclusivamente de Dios..
Otra
cuestión a tener en cuenta es que según las bienaventuranzas, la verdadera
felicidad la encuentran aquellas personas que no se dejan aprisionar por las
cosas materiales. Ciertamente, las cosas son importantes para vivir
gozosamente. Necesitamos comer y beber, habitar en un hogar, tener medios para
desarrollar nuestras actividades. El mismo Jesús invita a construir un mundo
más grato y fraterno en el que sepamos compartir nuestros bienes, este es un
gran desafío, porque nuestras posesiones materiales, aunque nos cueste creerlo,
no son la fuente de esa felicidad que nuestro corazón anhela. Las
bienaventuranzas sólo se entienden a la luz de aquellas palabras de Jesús que
nunca debemos olvidar: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás será añadido.” (Mt 6,33).
La felicidad no está en el placer:
Son
bastantes los que confunden la felicidad con el placer. Quieren ser felices,
pero lo que en realidad buscan es sentir y disfrutar del placer, y lo buscan en
restaurantes, en viajes, en el alcohol, en los espectáculos, el cine, en los
deportes, en el entretenimiento hogareño y demás..
El problema
está en que la abundancia y frecuencia de placeres puede ahogar el placer.
Repetido en exceso, el placer puede llegar a cansar y hasta hacerse
insoportable. La solución podría ser entonces aprender a gozar los placeres de
la vida de manera equilibrada.
Por intenso
que sea, el placer no alcanza la raíz de la persona, que es precisamente el
lugar donde acontece esa felicidad de la que hablan las bienaventuranzas. El
placer queda en estratos y en los sentidos más externos del ser humano, sin
embargo la dicha que viene de Dios mana desde adentro en aquellas personas que
prestan ayuda misericordiosa, que tienen hambre y sed de justicia, que trabajan
por la paz y viven en el amor de Dios..
Nos sucede
que estamos siendo cegados por placeres superfluos y no llegamos a percibir que
estamos envueltos por un número ilimitado de otros placeres más simples que
muchas veces no llegamos a disfrutar: un sueño reconciliador, un amanecer
sereno, una buena siesta, la comida sencilla pero sabrosa, el juntarse a comer
con amigos, disfrutar la belleza de la música, la lectura de un buen libro, el
compartir en familia, la paz de la conciencia, el trabajo bien hecho, el
contemplar la creación, los paisaje, los olores y demás..
Tal vez por
el hecho de que no sabemos disfrutar de los placeres sencillos de la vida es
que buscamos otros placeres que nos llenen..
Se lograrán
así placeres, pero no se conocerá la felicidad que anuncian las
bienaventuranzas. El secreto está, tal vez, en estar más atentos a todo lo que
se nos regala, aprender a disfrutar todo lo que es vida dentro y fuera de
nosotros, por pequeño y humilde que pueda parecer.
Debemos
volver a aprender a mirar, gustar, oler, tocar y a escuchar. Educarse para disfrutar
los encuentros, las miradas, la belleza, los rostros. Ser agradecidos del lado
positivo de las personas y de los acontecimientos.
Personalmente
estoy convencido de que el desengaño de los “placeres falsos” y el disfrute de
los “placeres verdaderos” pueden abrir en la persona un camino humilde pero
real hacia la vida plena y hacia Aquél que es la fuente y el origen de todo
bien..
La felicidad no proviene de los otros:
Todos
vivimos prácticamente convencidos de que no se puede ser feliz cuando uno se
siente solo. Necesitamos compartir nuestra vida con otro. Saber que tiene
sentido para alguien, que nuestro trabajo y nuestro esfuerzo son recogidos por
alguien con amor, que nuestra existencia es apreciada y amada. Si nadie nos
ama, si nadie nos espera en ningún lugar de la existencia, sentimos que lo que
hacemos y vivimos pierde valor y sentido.
Pensamos
que nuestra vida podrá estar llena de actividad y éxito, pero no conoceremos la
felicidad si estamos sólos..
Ciertamente,
es un regalo poder contar con el amor o la amistad de las personas que nos
rodean pero el problema está en caer en el error de poner nuestra felicidad en
ellos, osea fuera de nosotros mismos..
Cuando, para ser feliz, necesito de la
aprobación y el aplauso de otros, de su amistad o de su amor, de su presencia y
acogida, mi felicidad queda en manos de esas personas. Les doy poder sobre mí.
Si me responden como yo deseo, me sentiré feliz, si no es así, me veré miserable.
A la larga, quien deposita su felicidad en los demás termina siendo un infeliz..
Solemos
rodearnos únicamente de personas que nos transmiten seguridad, paz, personas
con las que tenemos gustos afines, personas que nos alegran o de una u otra
manera nos hacen sentir bien, de la misma manera solemos evitar relacionarnos
con personas conflictivas, con aquellos que no tienen nada para darnos más que
sus miserias, por lo general nos cuesta estar con el enfermo o el
desafortunado..
Debemos
aprender de Jesús, quien solía pasar gran parte de su tiempo con aquellas
personas que nadie quería, Él no se relacionaba egoístamente en busca de ser
feliz a costa de otro, porque no lo necesitaba, Él era en sí mismo una fuente
de alegría para los demás..
Las
bienaventuranzas proclaman que la verdadera felicidad proviene de Dios. Él es
el único capaz de llenar esa soledad última del ser humano. Nada que no sea
Dios nos basta. Cuando los demás nos dejan solos, cuando nos tratan
injustamente y nos hacen llorar, Dios es la realidad que está siempre ahí,
afirmando nuestro ser, sosteniendo nuestra frágil existencia..
La paz, la
plenitud y el amor sólo los encontramos en contacto con la realidad de Dios..
La felicidad cristiana:
La
felicidad que nosotros conocemos nunca es plena, segura ni definitiva. Lo
queramos o no, somos seres atraídos por una felicidad plena e infinita que no
logramos alcanzar nunca a lo largo de esta vida. De ahí que conozcamos tantas
veces la experiencia del desengaño. Las cosas no nos llenan, las personas nos
decepcionan, nuestra felicidad se ve amenazada por innumerables peligros. Sin
embargo las bienaventuranzas afirman el hecho de que Dios ofrece una “pequeña felicidad”
que comienza ya desde ahora mismo y se perfecciona en la eternidad. Es una
“felicidad pequeña” comparada con la felicidad total futura..
Los
cristianos hemos de aprender a vivir de manera más explícita la conexión entre
esta vida terrenal y la vida eterna. La verdadera felicidad de la vida presente
y la salvación definitiva de la vida eterna no son dos realidades que no tengan
nada que ver entre sí. La “pequeña felicidad” de esta vida es anticipación y
símbolo real, experimentable (dentro de la fragilidad de este mundo) de la
salvación definitiva que se nos regalará en la comunión final con Dios..
Buscar la
felicidad desde esta dinámica de la esperanza cristiana significa saber
buscarla ya desde ahora de manera sana y realista. No importa sólo la felicidad
del final, interesa también la felicidad de ahora..
La
felicidad del cristiano es una felicidad entremezclada muchas veces con la
ambigüedad, el egoísmo y el pecado. Es una felicidad llamada a cumplirse de
manera plena sólo en Dios. Todo lo bueno y hermoso que ahora disfrutamos, todo
lo justo por lo que ahora luchamos y sufrimos, todo alcanzará en Dios su
plenitud..
Las horas
alegres y las tristes, los sufrimientos vividos con amor, las victorias y las
derrotas en nuestro esfuerzo por hacer un mundo mejor y más feliz, las
“huellas” positivas que hemos ido dejando en las personas y en las cosas, lo
que penosamente vamos construyendo con esfuerzo y lo que gozosamente vamos
disfrutando, todo será transfigurado en la felicidad última del encuentro con
Dios..
Esta es
nuestra esperanza cristiana, la que da su fundamento y sentido último a nuestra
búsqueda de felicidad. Un día seremos, por fin, felices porque: ”Dios será todo
en todos” (1 Corintios 15:28), un día la felicidad total no será sólo nuestra imaginación,
un día tendrá lugar..
Ahora para
ser prácticos, como ya dijimos, sabemos que no es nada fácil ser felices, y es
un acto de valentía ya el mero hecho de querer serlo, por lo tanto tal vez
podamos dar el primer paso concreto en pos de ello y leer las
bienaventuranzas..
Con ideas
extraídas del libro:”ES BUENO CREER. Hacia una teología de la esperanza.” de
José Antonio Pagola, para una mejor comprensión de la opinión del autor lea su
libro.
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