La Navidad contada para niños.


Hace unos 2000 años atrás, en un pueblito llamado Nazaret, vivía una joven llamada María, que se estaba por casar con un humilde carpintero, llamado José, descendiente del Rey David.
Cierto día, mientras estaba en su casa, esta virgen recibió la visita del Arcángel Gabriel, quien se le apareció y le saludo con estas palabras: “El Señor está contigo, no temas, porque has ganado gracia delante de Dios, y vas a ser madre de un hijo, a quien, al nacer, pondrás por nombre Jesús.” A lo que María respondió: “¿Cómo puede ser esto? Si yo no me he relacionado con ningún hombre.” Y el arcángel le dijo:”El Espíritu Santo vendrá sobre ti y quedarás embarazada, por eso el hijo que vas a tener será santo y será llamado Hijo de Dios.” A lo que María respondió humildemente: “Yo soy la esclava del Señor, hágase conmigo lo que Usted dice.” Después de esto el Arcángel desapareció de su vista.

Algún tiempo después María fue a visitar a su prima Isabel, que también estaba por tener un hijo. Al llegar a su presciencia ésta le saludo con mucha alegría, le abrazó y le dijo con mucha emoción:” ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el hijo que estás esperando!”. Después de esto ellas vivieron cierto tiempo juntas, compartiendo muchas cosas lindas, hasta que nació Juan, hijo de Isabel y fue en ese momento cuando María regresó a Nazaret.
Allí en Nazaret María le explicó a José, su esposo, que estaba embarazada. Éste, entristecido con la noticia, quiso dejarla como esposa, pero mientras pensaba sobre esto, se echó a dormir una siesta y fue ahí cuando un ángel del Señor se les apareció en sus sueños y le dijo: ”José, no temas recibir en tu casa a María, pues ella ha concebido un hijo del Espíritu Santo, y lo dará a luz y le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará al pueblo de todos los males.” Luego José se despertó.

Transcurrido algún tiempo, José se preparo para ir de viaje a la ciudad de Belén junto a María, ya que el emperador de Roma queriendo saber cuantos habitantes había en su gran imperio, mandó a realizarse un censo y cada habitante debió volver a su ciudad de origen. El viaje fue largo y muy fatigoso, especialmente para María.

Cuando llegaron a Belén, en Judea, José buscó un lugar donde su esposa pudiera descansar del cansancio del camino, pero como la ciudad estaba llena de personas venidas de todos lados por el censo no pudieron encontrar alojamiento. Al anochecer José buscaba y buscaba, llamando a las puertas de las posadas de la ciudad. José le dijo al encargado de la última posada que le quedaba por preguntar:”Mi esposa está cansada y a punto de dar a luz, denos un lugar por favor, aunque sea por una noche” Y este le respondió:” ¡No es posible, está todo lleno!” José insistió:”Nos basta con un rincón, un lugarcito en cualquier lugar” Y el encargado de la posada contestó:”Busquen en otra parte, acá no hay lugar, ya se lo he dicho” Y sin compasión le cerró la puerta en la cara.

Después de esto José y María recorrieron las afueras de la ciudad y se detuvieron en uno de los establos, donde se guardaban muchos animales.
Y fue ahí, en el lugar más humilde y menos pensado, donde en una noche bajo las estrellas y al lado de los burros, caballos y gallinas, nació el Hijo de Dios, el Mesías, nuestro salvador tan esperado por todos. José buscó unas ramas para encender una fogata, para que al arder pudiera calentar a la mamá y a Jesús. María envolvió al pequeño en unos pobres pañales y colocó a su hijo sobre la paja del pesebre. En ese momento en el cielo brillaron con más fuerzas las estrellas y se escuchó en el aire como un batir de alas y cantos de ángeles.

Cerca de la ciudad donde había nacido el Salvador había aquella noche unos pastores, que estaban cuidando sus rebaños de animales. Algunos dormían y otros hablaban de sus cosas. De pronto envolvió a los pastores un gran resplandor y se presentaron delante de ellos unos hermosos ángeles, cuya aparición los llenó de asombro y de temor. Los ángeles dijeron:”No tengan miedo, pues venimos a anunciarles una noticia que les llenará de alegría.” En seguida los pastores se calmaron y se les fue el miedo. Y los ángeles añadieron:”En Belén, la ciudad de David, ha nacido un Salvador, que es Jesucristo el Señor. Encontraran al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” Al instante un coro de ángeles rompió la quietud de la noche haciendo oír un cántico de alabanza:”Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.”

Cuando los ángeles se marcharon todo volvió a quedar en silencio, y los pastores, todavía confusos, se preguntaron unos a otros:” ¿Qué hacemos?” Uno de ellos más decidido dijo: “¡Vayamos a Belén! A ver esa maravilla que los ángeles nos han anunciado” Partieron los pastores de prisa y llegando al pesebre y encontraron a María, a José y a Jesús, tal como les habían dicho los ángeles. Y todos los pastores muy contentos y cariñosos ante el recién nacido, le ofrecieron humildes regalos y le adoraron.

A su regreso los pastores iban gritando y diciendo a grandes voces a todas las gentes con las que se cruzaban: “¡Ha nacido el Mesías! ¡Ha nacido el Mesías! Nosotros lo hemos visto ¡Ha nacido el Mesías! ¡Lo hemos visto y adorado! ¡Lo hemos visto y adorado!”.

Jesús nació, pues, en Belén de Judá, bajo el reinado del Rey Herodes.

Días más tarde llegaron a Jerusalén, procedentes de Oriente, unos Reyes Magos, cada uno con su grupo de gente que los acompañaba. Estos andaban preguntándole a la gente: “¿Dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer?”. Pero nadie supo darles una explicación sobre ello.
Enterado el Rey Herodes de la llegada de los reyes y de la pregunta que le hacían a la gente les llamó a su presencia y les dijo: “Nada se exactamente del nacimiento del rey, pero los sacerdotes y escribas judíos me han informado que, según dicen las Escrituras, el Salvador nacería en Belén” Y añadió a continuación intrigado: “¿Cómo han llegado hasta aquí, viajando desde lejanas tierras?” Los reyes respondieron: “Nos ha guiado una estrella.” Herodes enojado exclamó: “¡Yo soy el único Rey!” Pero cambiando de aptitud rápidamente les dijo tranquilamente: “Si es cierto, pues, que el Salvador de la humanidad ha nacido, búsquenlo, y cuando lo encuentren vengan a mí a avisarme, para que pueda yo también ir y adorarle” Pero sus palabras eran falsas, porque en realidad quería saber dónde estaba el niño para matarle. Sin embargo los reyes ingenuos prometieron darle noticias del recién nacido y partieron para Belén, guiados por la estrella, que apareció nuevamente en el cielo.

Llegados los reyes al pesebre la estrella se detuvo sobre él y llenos de alegría vieron al niño y a su madre, puestos de rodilla le adoraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra, que en aquel tiempo eran regalos valiosos.

Pero el mundo no sabía todavía que había nacido el Redentor y que aquella noche era única y distinta a todas las demás. Era la noche radiante y luminosa de la primera Navidad.

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